27 de abril de 2015

Malas noticias del mundo real

Esperaba evitar tener que escribir sobre este tipo de asuntos. Menos aún me gusta lanzar este blog comentando una tragedia como el terremoto que sacudió Nepal el sábado y sus devastadoras consecuencias para un país cuyos habitantes ya tienen suficientes problemas. Tampoco es que tenga mucho que decir más allá de lo reproducido por los medios y, sobre todo, de las historias terribles que cuentan las imágenes.

Sí me extraña, si acaso, ver publicadas fotos de niños cubiertos de polvo, semienterrados entre los escombros. Al parecer, los niños muertos de Nepal no tienen derecho al pixelado. No acabo de entender muy bien por qué. Supongo que tiene algo que ver con ese afán de personalización del "otro tipo" de fallecidos, los de los campos Base y C1 del Everest. De estos últimos nos lanzamos a averiguar sus nombres y apellidos, su profesión, sus motivos para estar allí en tan mal momento. ¿Será que los consideramos "de los nuestros"? Los ciudadanos nepaleses, or el contrario, parece que sólo cuentan como fracciones minúsculas de cifras totales que, entonces sí, nos sobrecogen. 

Es cierto que, como historia periodística, las avalanchas producidas por el terremoto son impresionantes. Algunas imágenes y, sobre todo, este video, subido a YouTube por Jost Kobush y reproducido por medios de todo el mundo, valen una portada. O dos.  

Por otra parte, los expedicionarios del Everest han tenido la misma mala suerte que los turistas que disfrutaban de las playas de Tailandia cuando éstas fueron arrasadas por el Tsunami de 2004. No hablamos de una tragedia alpinística sino de una catástrofe natural que, en el caso de los montañeros ahora aislados (al menos por via aérea - no me consta que las rutas a pie estén cortadas), presenta un problema añadido: que fuera de esa especie de dimensión paralela que a menudo suponen los Campos Base himaláyicos, el mundo no sigue armonioso y feliz. En circunstancias normales, los alpinistas hartos de aire y ambiente enrarecido podían descender al valle respirando mejor aire a cada paso o, mejor aún, tomar un helicóptero que en un par de horas les depositase junto a la piscina de un hotel de cinco estrellas (esto es real, no una hipérbole). Asimismo, un alpinista en problemas, si conseguía llegar al campo bas y el tiempo acompañaba lo mínimo, podía ser  evacuado cn rapidez a un hospital decente en Kathmandu o, mejor aún, a una clínica especializada del llamado "mundo occidental". El valle era aquel lugar real e idealizado en dias de esfuerzo, frío y miedo, al que regresar al fin para saborear la vida como nunca. El mundo real donde el alpinista sabía que podría despertar de su sueño de gloria, a veces transformado en pesadilla. 

Tras el terremoto, sin embargo, la imagen de rododendros en flor, niños sonrientes saludando con palmas juntas y varitas de incienso frente a las estupas de Swayanbunath se ha, literalmente, desmoronado. La pesadilla no se diluye al dejar atrás la montaña: en el valle de las sonrisas se cuentan por miles los muertos, semienterrados, sin nombres y apellidos, ni caritas pixeladas. Los templos se han derrumbado sobre las flores y las velas de mantequilla. No hay luz, no hay agua potable, no hay casa, ni refugio, ni lugar de trabajo para miles de desgraciados. Los montañeros cansados tendrán que buscar mantener los ojos cerrados más tiempo y despertar al fin más lejos, en otros valles más allá del mar y los choques de placas tectónicas. O no. Tal vez haya que abrir bien los ojos y atisbar, entre las nubes de polvo, las calles agrietadas y las multitudes confusas que se agolpan en plazas y espacios abiertos.  Y reflexionar. O, incluso mejor, tratar de echar una mano. Este artículo del Huffington Post ofrece varias opciones de colaboración. 

Oraciones en una piedra Mani camino del CB del Everest. Copyright: Angela Benavides.



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