23 de octubre de 2015

El ñu cojo

La del ñu cojo es una teoría que vengo detallando en mi cabeza desde hace un tiempo y que sale de mis propios miedos. Sobre todo, desde que empiezo a tener demasiados años y entreno demasiado poco. Me vino a la cabeza de nuevo hace un par de semanas, durante un fin de semana de bici de montaña en que comprobé, para mi mal, mi pésimo estado y la magnífica forma en la que se encontraban muchos amigos y conocidos.

No quiero calcular ni las horas ni los kilómetros en los que arrastré penosamente la bici, tanto en subida como en bajada, por aquellos rinconces, tan interesantes como poco llanos, de la Cordillera Cantábrica. Puestos a aventurar porcentajes, sin embargo, creo que sufrí dutante el 90% del recorrido. Por supuesto, toda actividad física incluye un cierto grado de agonía, pero también hay una cantidad de dolor que deja de compensar: la que supera claramente a los momentos gratos - esforzados, intensos, sudorosos, a veces tensos, pero gratos. Más allá, la única certeza mientras haces preguntas inútiles (sobre todo ¿Por qué estoy aquí?) y tu autoestima se derrumba, es que te has equivocado de salida y que tu papel es el de un personaje inevitable, necesario y desgraciado.

El otro día, respoplando, un ñú cojo arrastraba su bici por las laderas del macizo del Mampodre. 

El ñu cojo es ese que va siempre tragando polvo en la cola de la manada, durante la migración anual al Serenguetti. Los cámaras de documental suelen dedicarle un par de planos dramáticos, como advirtiendo de su destino, al trote irregular,la cabeza ladeada y el par de mugidos desafinados que dirige a dos gallinas de Guinea que le miran impertérritas. Después, la cámara siempre hace zoom a las orillas de un río cercano, donde aguardan los cocodrilos. Nunca se calientan demasiado la cabeza los guionistas. Ni los que miramos la tele a la hora de la siesta, que lo vemos venir. Es una deducción sin esfuerzo, que son las que molan a esa hora, y sonreímos con suficiencia. Porque los ñus cojos no dan pena, ni gloria. Entre otros seis millones de semejantes, no resultan tiernos, ni especiales, ni sujetos de más derecho que el de las leyes de Darwin. 

Además, no es que estemos siendo crueles sino geopolíticamente inteligentes, porque los ñus cojos, nos explican, son muy importantes. Gracias a ellos comen los cocodrilos, que también tienen derecho a cenar. Y gracias a ellos, sobre todo, se salvan los otros ñus: los grandes, sanos, jóvenes en edad de merecer o expertos-veteranos-aunque-todavía-ágiles, los reyes del cross-fit y los que, además de cuádriceps de acero, llevan pepinos de 3000 euros con doble suspensión y cuadro de carbono. 

Ya sabemos, insisten: es el ciclo de la vida. Muchas gracias, Rey León de los coj...

Ñu, no sabemos si cojo, pero al menos colgado en "abierto" gracias a Wikimedia Commons. 

PD: Y lo peor de todo, amiguitos, es que si sobrevives a los cocodrilos, la experiencia no te hará más sabio, sino más malvado. En la próxima salida tendrás más cuidado con tus límites y con los objetivos, y mirarás atentamente, antes de empujar el pedal, buscando otro ñu más cojo que tú, que te libre de los cocodrilos, y de la suficiencia de los televidentes.